Se desmarcan, desoyen o corrigen los obispos al Papa, rezan hoy los titulares de los periódicos más críticos. Todos los demás aseguran que los prelados españoles, por boca de su portavoz, Martínez Camino, aseguran que “ni de lejos” el Papa permite el preservativo. Ni siquiera en “algunos casos”, como dice textualmente en su libro. “Nunca”, aseguraba Camino, ante la mirada atónita de decenas de periodistas, que lo escuchábamos sorprendidos y sin dar crédito. Era tanta la sorpresa que casi todas las preguntas se limitaban a pedirle explicaciones sobre el tema.
¿Es posible que los obispos se desmarquen, desoigan o corrijan al Papa? Ni en sueños. Eso es algo ontológicamente imposible. En la Iglesia católica el Papa tiene siempre la última palabra. En todo y para todo. Y Camino lo sabe.
¿Qué ha pasado, entonces, para que éstas sean las conclusiones, en forma de titulares, de su comparecencia ante los medios? Que Camino no quiso explicarse. Así de sencillo.
Martínez Camino no sólo se negaba a dar explicaciones a los periodistas sobre lo que se le preguntó en al menos siete ocasiones, sino que, además, acusaba a los medios de haber hecho sobre el tema del preservativo y del Papa “titulares inexactos” y haber dicho “auténticas barbaridades”. Y como último argumento, a su juicio tumbativo, el secretario de la Conferencia episcopal añadía, tajante: “La doctrina y el mensaje de la Iglesia no se aprende en los titulares de la prensa” y “la formación de la fe católica no se hace con la prensa ni la televisión”.
Es decir, ustedes son malos profesionales y mal intencionados. Como se vuelve a demostrar, una vez más en este caso concreto. El Papa no dijo lo que ustedes dicen que dijo. Menos mal, que no los necesitamos y nos da igual lo que digan o dejen de decir.
Por favor, monseñor, se lo suplicamos, explíquenos usted lo que dijo. Para eso hemso venido. Para eso estamos aquí. Eso es lo que nosotros creemos que quiere saber la sociedad. Pues no quiso. Se limitó al “nunca” al “ni de lejos” y a decir que no había en las declaraciones papales nada novedoso ni histórico. En contra de lo publicado por la prensa de todo el mundo (incluida la española) y por el propio Osservatore romano, el periódico de la Santa Sede.
¿Por qué se comportó así el portavoz de los obispos españoles, desaprovechando una ocasión de oro para explicar a la opinión pública y publicada lo que, de verdad, quiso decir el Papa sobre el preservativo en su libro-entrevista?
Primero, porque llegó a la rueda de prensa con esa estrategia en la cabeza. Antes de cada comparecencia (y como es lógico), Camino se reúne con su jefe de prensa, Isidro Catela, y entre ambos la preparan. Tienen en cuenta qué mensajes quieren lanzar y cocinan las respuestas a las preguntas que esperan que hagan los periodistas. Las preguntas de los profesionales son evidentes para cualquiera, porque responden a las leyes de la actualidad.
Camino y Catela decidieron que no era conveniente entrar en el tema del preservativo. Y, como en todos los temas delicados, se lo consultaron al presidente de la Casa, cardenal Rouco Varela, que ratificó la estrategia del ‘no toca’. Los obispos están hartos de que el libro-entrevista de Benedicto XVI se haya quedado reducido al “Papa del condón”.
Además, la mínima apertura papal provocó una profunda indignación en la galaxia ultra católica, que lleva días desautorizando a Su Santidad. De diversas formas. Una de ellas, resaltando que, en el libro, habla a título personal y no como Papa. Distinciones que, aún siendo ciertas teológicamente, no llegan a la calle.
Llegaba, pues, Camino con la estrategia del no toca. Y se vió desbordado por las preguntas sinceras de los profesionales que no entendían que el portavoz de los obispos españoles estuviese enmendándole la plana a su Jefe máximo. Y la no explicación se convirtió en una mala explicación. Con los resultados ya dichos.
Camino, que, en otras ocasiones, hace gala de una excelente cintura, en ésta se quedó clavado y fiel a la consigna que traía de Rouco. Y, al verse acorralado y sin salida, comenzó a ponerse rojo (como le sucede en las situaciones de tensión máxima) y a acudir al recurso fácil de matar al mensajero. El recurso que deja en evidencia al que lo utiliza.
Y es que, en el fondo, Camino y los obispos siguen sin asumir que los periodistas somos sus colaboradores necesarios, intermediarios imprescindibles entre la opinión pública y la Iglesia católica. Y como tales deberían tratarnos. Por respeto, por educación, por la honradez que predica y hasta por su propia imagen. Pero funcionan en clave de ‘periodistas-enemigos’. Y eso les pasa factura y se les nota abiertamente.
De ahí que, ayer el portavoz viniese a decirnos: Son ustedes unos impresentables, nos tratan fatal, no saben su oficio, sólo escriben barbaridades y, además, no los necesitamos. Nos sobran. Nos da igual lo que digan y publiquen. “La doctrina y el mensaje de la Iglesia no se aprende en los titulares de la prensa” y “la formación de la fe católica no se hace con la prensa ni la televisión”.
Sentí vergüenza e indignación. Y, al final de la rueda de prensa, se lo dije a monseñor Martínez Camino. Indignación por el poco respeto a la profesión periodística y por lo mal que queda, una vez más, la propia institución eclesial. Y hasta sentí pena por un portavoz prisionero de sí mismo, de sus miedos, de su pasado y de su futuro. Así, no, monseñor, así, no. Ése no es el camino.
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