José María VIGIL
Comissão Teológica Latino-americana da ASETT
Panamá – REPÚBLICA DO PANAMÁ
La ciencia que más está cambiando la conciencia de la Humanidad en la actualidad es la «nueva cosmología», las ciencias del cosmos y de la naturaleza, todas ellas. Por primera vez, y simultáneamente para toda la Humanidad, tenemos una visión científica del Universo: su origen, sus dimensiones, su evolución, las galaxias, las estrellas, los planetas, la vida... y resulta ser una visión maravillosa, realmente fascinante, muy diferente de la que teníamos, de la que hemos tenido durante milenios, hasta hace apenas unas décadas.
Durante toda la historia de nuestra especie, no hemos tenido medios para conocer el cosmos. Apenas hace cuatro siglos Galileo inventó el primer rudimentario telescopio. Las religiones, la curiosidad, la intuición, el arte, la poesía... se encargaron de suplir con imaginación y creatividad nuestra ignorancia colectiva, nuestros miedos y nuestros deseos de saber.. Los «mitos» -tan geniales- que nuestros ancestros elaboraron colectivamente y que tradicionalmente atribuyeron a revelaciones divinas, cumplieron un papel social esencial para nuestra organización civilizacional, porque establecieron y vehicularon las creencias fundamentales para la autocomprensión de nosotros mismos y para nuestra programación social.
La nueva cosmología, el despliegue tan fabuloso que la ciencia ha registrado en los últimos tiempos, ha hecho saltar en pedazos aquel «imaginario clásico religioso», que ha estado en vigor ante la conciencia de la Humanidad durante milenios. Los mitos que durante tanto tiempo la humanidad creyó que eran descripción de la realidad (revelada por los dioses), chocan flagrantemente con el panorama que la ciencia despliega ante nuestra mirada. Las religiones, la poesía, el arte, imaginaron un mundo pequeño, plano, quieto, fijo, creado directamente así como lo vemos, y regido por un Dios ahí arriba, ahí fuera, que sería un tipo de razón última de todo.... En este mundo de la nueva ciencia, nosotros ya no podemos ser personas de hoy y seguir participando de aquel imaginario. Y ésa es la razón principal de la relación tensa de la nueva cosmología y la ciencia en general con las religiones.
El «nuevo relato» de la realidad que nos presenta la ciencia -y que hoy, como decimos, es, por primera vez, un relato científico, y el mismo a la vez para toda la humanidad, para todos los pueblos del planeta-, nos ofrece una visión realmente nueva del mundo.. Ha cambiado la imagen del mundo y del cosmos, que ahora nos ofrece estos llamativos rasgos nuevos:
- un universo en movimiento total y continuo: nada está quieto, al contrario de como siempre habíamos pensado;
- en expansión: todo comenzó con una gran explosión, y todo sigue expandiéndose, inconteniblemente, incluso aceleradamente; estamos en una explosión, somos parte de esa explosión;
- en evolución y en despliegue: no es un «cosmos» ya hecho, regido por leyes eternas fijas e inmutables, ni una explosión ciega, sino una auténtica «cosmogénesis», que se «despliega» desde dentro;
- con aparición de propiedades emergentes, nuevas, y de autoorganización, desde el desorden del caos: un todo que es mayor que las partes que lo componen, y un todo que está en cada parte...
- orientado hacia la vida, la complejidad, y hacia la conciencia, que florece finalmente en el ser humano, en el que se hace conciencia colectiva, asumiendo además reflexivamente el cosmos y responsabilizándose de él;
- ligado holísticamente, en una inextricable «red de redes»... en las que cada partícula está relacionada con todas...
Esta nueva visión del cosmos nos sitúa en un mundo muy distinto del que nos enseñaron las religiones.
Pues bien, si abandonamos la imagen que nos dieron del mundo, y adoptamos una nueva imagen, en realidad pasamos a vivir conscientemente en otro mundo: hemos cambiado de mundo, y con ello, de alguna manera pasamos a ser otros, ciudadanos de otro mundo, partes de otra realidad. Esta nueva situación desafía todos los componentes de nuestra visión. Veamos.
• Cambia la imagen de la naturaleza, que, a partir de ahora:
- No podemos ya imaginarla como mero «escenario de la historia humana», historia esta que sería lo único importante que sucede en el planeta y en el cosmos.. Ya no podemos pensar que somos la razón del ser del cosmos, ni que el drama histórico humano es lo que supuestamente motivó a Dios a crear el mundo como el escenario en que realizarlo, ni que lo humano sea «la medida de todas las cosas», humanas y divinas. Nuestro natural y espontáneo y casi inevitable «antropocentrismo» ha de ser superado.
- En la cosmovisión actual ya no nos es posible aceptar la existencia de un «segundo piso» superior, o sobrenatural, en el que morarían los dioses y las fuerzas que gobiernan este mundo... ni un piso «inferior» en el que estarían confinados los espíritus del mal... Lo que nuestros ancestros quisieron expresar con aquellos símbolos no puede estar localizado sino «en este mismo único piso» de la realidad. No hay «metafísica» (o por lo menos no es necesario ni obligatorio creer en ella, aunque haya podido o pueda seguir siendo útil imaginarla...).
- No resulta ya aceptable una calificación religiosa negativa («pecaminosa», vitanda) de la materia y de todo lo que con ella se relaciona (carne, instinto, sexo, placer, mundo, mundanidad...).
- Ya no podemos aceptar aquel supuesto mitológico de un «pecado original» primigenio que habría contaminado ancestralmente a toda la humanidad y aun a toda la realidad.. Al origen de todo no puede haber un pecado original, sino una gracia original, una «bendición original» incluso...
- Esta vida no puede ser sólo una ilusión pasajera, una «prueba», en función de otra vida, la verdadera y definitiva, la de más allá de la muerte, a la que un Creador nos habría destinado con la condición de pasar primero por una prueba... El esquema de este «gran relato explicativo salvífico» nos resulta admirable, por su genialidad, pero a la vez, increíble, insostenible en sí mismo. Las religiones de «salvación eterna» necesitan con urgencia dar nuevamente razón de sí mismas en el contexto de la visión actual.
• Cambia la imagen del ser humano:
- No venimos de arriba, ni de afuera... sino de abajo, y de dentro, de la Tierra, del Cosmos; somos el resultado final actual, la flor de la evolución cósmica...
- No es verdad que seamos superiores, diferentes y de alguna manera ajenos al resto de la Naturaleza, los únicos con una mente y un espíritu procedentes directamente de Dios...
- No somos los «dueños de la creación», ni «fue creada para nosotros»... Somos una especie más, aunque, ciertamente, la única capaz de asumir responsabilidad consciente y solidaria sobre todo el resto de especies.
- No podemos vivir separados de la Naturaleza, como «sobre-naturales», injustificadamente auto-exiliados de nuestra placenta, abdicando insensatamente de nuestras raíces naturales, auto-despojados de nuestra naturaleza terrestre, artificialmente des-naturalizados, o tratando de superar nuestra naturalidad para convertirnos en seres «espirituales» porque «superan» la materia, la corporalidad...
- Somos seres naturales, muy naturales. Somos Naturaleza, Tierra que siente, que piensa y ama, materia-energía organizada que en nosotros llega a la conciencia, a la reflexión, a la profundidad existencial...
• Cambia la imagen de Dios:
- Una visión tan precaria de la naturaleza y del cosmos como la que ha tenido la Humanidad durante los pasados milenios, no podía dar de sí sino una imagen insuficiente de Dios.
- La visión actual de la realidad no nos permite ya imaginar a un Dios ahí fuera, ahí encima, en ese «segundo piso superior» del que dependería el nuestro. Hoy vemos que no tiene sentido hablar de ni pensar en un «fuera» o un «encima» del mundo ni del cosmos.
- «La idea de un Dios separado de la creación, o trans-cendente, es uno de nuestros principales problemas» (Thomas Berry).
- No tiene sentido un dios antropomórfico: «persona» que piensa, decide, ama y se enfada y se expresa como nosotros... como un dios-theos, como los griegos lo concibieron.
- Pensar que es «Señor», Dueño, Juez premiador y castigador... hoy es, claramente, un antropomorfismo de la época neolítica-agraria.
- De existir «la Divinidad» (dimensión real) sólo se la podrá encontrar en la única realidad cósmica...
Volvamos al cosmos y a la naturaleza
Dijo Santo Tomas que «un error acerca de la Naturaleza redunda en un error acerca de Dios»... Los errores que hemos sufrido sobre la naturaleza, y sobre todo, la ignorancia al respecto, han sido máximos, por lo que es de suponer que la imagen de Dios y de lo religioso que de aquel marco surgió y que nosotros heredamos, conlleva grandes deficiencias que hoy estaríamos en capacidad de subsanar, en parte.
Parece claro que las religiones han vivido de espaldas a la naturaleza, debido entre otras causas a que han concentrado toda su atención en una pequeña «historia sagrada» iniciada hace sólo 3000 años, y ésa ha sido la única «revelación» que han tenido en cuenta....
La explosión científica de los últimos tiempos es, sin duda, una nueva «experiencia de revelación» (Berry), en la que lo divino de la realidad se nos manifiesta en una forma nueva e intensiva. No hay nada en la actualidad que esté inspirando tanto una toma de conciencia espiritual en el mundo como el «nuevo relato» de nuestra historia cósmica. Las religiones necesitan sentir el kairós ecológico de esta hora y volverse hacia el cosmos y la naturaleza, para reconocer en ellos nuestra «historia sagrada», y superar el actual divorcio entre ciencia y espiritualidad, entre religión y ciencia, entre vida espiritual y realidad. Aceptar el desafío de la ecología no es sólo incluir el «cuidado de la naturaleza» entre los imperativos morales; es más: implica toda una «reconversión ecológica» de la religión.
Desafíos
No es pues sólo la imagen física del mundo la que ha cambiado, sino todo él: su origen, sus dimensiones, su arquitectura, su complejidad, su sentido, su sacralidad.... Ante ese cambio tan total y radical, las religiones, que elaboraron todo su patrimonio simbólico (categorías, teologías, liturgia, dogmas, ritos, mitos...) en el contexto de aquel viejo imaginario ya obsoleto, aparecen ahora profundamente anticuadas, pertenecientes a un mundo caducado, lejano, que ya no existe ni nos resulta siquiera comprensible. El lenguaje religioso tradicional pierde sentido y significado, y hasta se hace ininteligible para los jóvenes. Las religiones, que han servido a la humanidad durante milenios para expresar la dimensión más profunda de la existencia, parecería que ya no están a la altura necesaria para seguir prestando este servicio...
En esta situación, las religiones se sienten a sí mismas desfasadas, e incomprendidas, sin captar con claridad cuál es la causa. Con frecuencia reaccionan defendiéndose, repitiendo y reafirmando intemperantemente su tradición sagrada, sus «verdades reveladas», las «verdades eternas»... cuando lo que deberían hacer sería reinterpretarlas y adecuarlas al lenguaje y a los nuevos paradigmas a los que hemos accedido, abandonando aquellos errores de perspectiva que todos hemos sufrido por la ignorancia a la que nos vimos históricamente sometidos, y abriéndose a la revelación permanente...
Los años 60 del siglo pasado fueron un momento de esperanza y optimismo en el cristianismo en general, cuando parecía abrirse a la posibilidad de una profunda renovación interna, y a una reconciliación con el mundo y con los valores de la modernidad (razón, ciencia, mundo, democracia, valor de la persona, libertad religiosa y demás libertades, perspectiva de los pobres, etc.).
Pero esa primavera pronto se vio truncada, ante el temor que producía la conmoción que tal renovación suponía. El miedo venció, y los frenos y retrocesos que desde entonces se han producido no han hecho sino distanciar más y más a la sociedad respecto al cristianismo institucional. Son decenas de millones las personas que han abandonado la religión en las últimas décadas en Europa, por ejemplo, alegando no poder aceptar una cosmovisión que les resulta superada, buscando su realización espiritual por caminos nuevos. Sólo una profunda reflexión -en el campo de la ecología y en el de los otros varios «nuevos paradigmas»- y una consecuente y valiente renovación teológica reabrirá la esperanza.
Este artículo es parte del número colectivo
de revistas latinoamericanas de teología de 2010,
animado por la Comisión Teológica Latinoamericana
de la ASETT/EATWOT
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