Domingo 29 de tiempo ordinario
- 16 de octubre de 2011 -
Hoy, en el Evangelio Mateo 22,15-21, sale un tema muy actual: los
impuestos. Según lo que nos dice el Evangelio, Jesús es una persona, que sabe
descubrir lo que hay detrás de las palabras, aunque sean muy buenas. No se deja
llevar por las apariencias. Le hacen una pregunta para cogerlo en alguna trampa
y poder acusarlo. Pero él no se deja manipular ni engañar. Tiene suficiente
equilibrio para afrontar las situaciones más delicadas y peligrosas. Razona muy
bien. Va al grano. Es una persona muy sensata. No se pierde en largos discursos
ni en elucubraciones complicadas. En su país la gente se estaba sirviendo de la
moneda en circulación para el comercio y para todo tipo de operaciones
económicas. También se estaba sirviendo de las infraestructuras creadas por el
imperio. Era justo, que sin dejarse explotar, los ciudadanos, sobre todo los
más pudientes, no los que estaban pasando hambre, contribuyeran al
mantenimiento de todo lo que estaban usando, con el pago de los impuestos, sin
confundir nunca la relación con Dios, con la relación con el Cesar. No se puede
hacer de la política una religión, ni de la religión una política, según Jesús.
Pero Jesús es partidario de que, si nos estamos sirviendo de unas cosas, según
nuestras posibilidades, de forma justa, paguemos para el mantenimiento de lo
estamos utilizando. Y el que más pueda y más tenga, es lógico que tiene que
pagar más.
Con los impuestos se mantiene la sanidad, la enseñanza, el subsidio que
cobran los parados, la policía, la administración de la justicia, todos los
servicios públicos y muchas otras cosas más que sería muy largo enumerar.
Algunas personas dicen que no quieren pagar impuestos porque el gobierno
malgasta los fondos públicos. También se dice que los gastos del ejército y
todo lo que se invierte en armamento, se tenían que someter a una consulta
popular para que la gente manifestara su opinión sobre el dinero que se dedica
a estos fines. Pero eso, en una sociedad democrática, no se soluciona, huyendo
de pagar impuestos, es decir, robando al estado, sino uniéndonos todos, de
forma pacífica, para obligar a los gobiernos a restringir el gasto en armamento
y otras cosas, y dedicarlo a lo que hace más falta para la vida de la nación,
como por ejemplo, la creación del puestos de trabajo, la mejora de la
enseñanza, de la sanidad y de otros muchos servicios necesarios para los que
menos posibilidades tienen.
Hoy en día muchas personas, sobre todo las más adineradas, hacen lo
posible por no pagar impuestos, o por pagar lo menos que pueden; llevan sus
capitales a países extranjeros, blanquean su dinero, ocultan lo que tienen, o
la actividad económica que están realizando. Por todos los medios tratan de
librarse de pagar lo justo para contribuir al bien de todos. Y esto lo hacen
pensando que es lícito defender sus intereses, aunque sea a costa de robar al
Estado. No piensan que le están quitando el pan a los parados, a los
discapacitados, y que están haciendo que baje la calidad de la enseñanza y de
la sanidad pública. Los que hacen esto se excusan diciendo que, los que están
en este y en otros gobiernos, se ponen sueldos escandalosos, y que derrochan el
dinero en mil cosas inútiles, que roban,
y esto es verdad. Pero lo que no está bien es que porque los demás roben, yo
también me convierta en un ladrón. Los defectos y abusos de los gobiernos los
hemos de corregir entre todos, no tomándonos la justicia por nuestra mano, no
siendo nosotros ladrones también. Y muchas de las personas que roban al estado,
aparentemente son muy buenos cristianos, van a Misa todos los domingos,
comulgan, casi diariamente, son los primeros en ir a las procesiones y a otros
actos religiosos, hacen buenos regalos a la Iglesia, y a veces haces obras
benéficas y pasan por ser los bienhechores de la humanidad, cuando en realidad,
lo que están haciendo es quedar muy bien delante de todos, mientras que
mantienen su capital a salvo de todo riesgo. Es decir se sirven de los actos
religiosos, de sus donaciones y sus obras benéficas para aparecer como buenas
personas y para que nadie pueda ir en contra de ellos. No “dan a Cesar lo que
es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”. Pero no podemos dar a Dios lo que es
de Dios si no damos al Cesar lo que es del Cesar; no podemos dar a Dios lo que
es de Dios si no damos a nuestros trabajadores lo que en justicia les pertenece
para poder vivir dignamente, sin esclavizarlos a trabajar más horas de la
cuenta y sin convertirlos en esclavos. Y muchas veces los responsables de la
Iglesia acogen y bendicen a estas personas, les manifiestan el agradecimiento
más grande, cuando lo que tendrían que hacer es ayudarles a darse cuenta que
están cometiendo grandes injusticias, que sólo se pueden corregir pagando lo
que en justicia dice la ley, y, si son cristianos de verdad, dando algo más de
lo que dice la ley.
Pensamos que la economía, el trabajo, el dinero, las cosas de la vida
de cada día, no tienen que ver nada con la fe y con lo que celebramos dentro de
la Parroquia, decimos que no hay que mezclar una cosa con la otra, creemos que,
si “cumplimos con Dios”, podemos hacer todo lo que queremos con nuestro dinero,
nuestros negocios, nuestras empresas y todo lo que llevemos entre manos. Este
uno de los grandes escándalos que dan los cristianos en el mundo en que
vivimos.
Está claro que si no somos ciudadanos honrados y justos, no podemos ser
cristianos por mucho que vayamos a Misa. La Misa es para ser justos y honrados,
no para tapar nuestras injusticias y, encima, aparecer como buenos.
Y tampoco hemos de dejar de ir a Misa por que muchos de los que van son
unos ladrones y explotadores. El que sea ladrón dará cuenta a Dios de lo que
haya robado. Y nosotros daremos cuenta a Dios de nuestra vida y de nuestros
pecados que también los tenemos. Vamos a Misa porque queremos encontrarnos con Jesucristo
y con la comunidad que él ha fundado, que es como su familia, aunque tenga
muchos defectos y pecados. Pero es su comunidad.
Hay otra cuestión a tocar. La Iglesia, por ser Iglesia, está dispensada
de muchos impuestos que pagan las empresas normales, o cualquier ciudadano.
Parece que hay razones para que el Estado dispense de esos impuestos s la
Iglesia. Pero nos tendríamos que preguntar, si no debiéramos renunciara a
ellos, para dar ejemplo de justicia y de ser iguales que todos, para que nadie
nos pudiera echar nada en cara. Hoy no todo el mundo se identifica con la
Iglesia. Por eso hemos de ver las repercusiones que tiene el hecho de que la
Iglesia sea dispensada de ciertos impuestos que tienen que pagar todos.
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