
El 8 de
Marzo es un valioso signo de la lucha por la igualdad de derechos y deberes de
hombres y mujeres, una importante expresión de la lucha por la afirmación de la
dignidad humana desde la diversidad. El mundo obrero y del trabajo es un ámbito
fundamental de esta lucha, porque en él se sufre con dureza el empobrecimiento.
Muchas mujeres del mundo obrero y del trabajo, con empleo o sin él, están en
esa situación de empobrecimiento y vulnerabilidad por las injustas
desigualdades de las que son víctimas.
Hoy,
cuando se está imponiendo un duro retroceso en los derechos laborales y
sociales de las personas con el pretexto de la crisis, cuando se está
sometiendo cada vez más la vida de trabajadores y trabajadoras a las exigencias
de la mayor rentabilidad económica (como acaba de ocurrir con la reforma
laboral), esta lucha por la igualdad es especialmente importante. Porque las
mujeres, por su situación de mayor empobrecimiento y vulnerabilidad, sufren más
ese retroceso de los derechos laborales y sociales.
Precisamente,
uno de los mayores enemigos de la igualdad y de la dignidad humana es la
mercantilización de la vida que domina nuestra sociedad. Una mercantilización
que tiende a poner precio a todo y que da menos valor social, o ninguno, a lo
que no tiene precio de mercado (cuando no lo penaliza por considerarlo un
obstáculo para la rentabilidad económica). Este hecho es especialmente negativo
para las mujeres. Porque las mujeres han asumido históricamente una función de
enorme valor social pero habitualmente sin precio y, por tanto, considerada de
segundo rango: las tareas de cuidado de la vida, sobre todo en el ámbito
familiar. Las mujeres trabajadoras tienen muchas veces que elegir entre empleo
y tareas de cuidado, o compaginar ambas con la sobrecarga que supone, o
teniendo otras mujeres que hacerse cargo de las tareas de cuidado a cambio de
un salario con frecuencia muy bajo. No debería ser así, pero lo es en el actual
esquema cultural.
Para
avanzar en la igualdad necesitamos un profundo cambio cultural para combatir la
mercantilización y conquistar socialmente el valor del cuidado de la vida. A un
alto coste las mujeres han cultivado y conservado el valor del cuidado. Pero el
cuidado de la vida no es algo exclusivo de las mujeres. Hombres y mujeres
necesitamos vivirlo, como sujetos y destinatarios, porque es una necesidad
humana fundamental. Y lo es en todos los ámbitos de la vida: en la familia, en
las relaciones interpersonales, en las relaciones de trabajo, en la relación
con la naturaleza, en la vida social, en la acción política… No podemos vivir
humanamente sin cuidar los unos de los otros y del mundo en que vivimos.
En
palabras de la teóloga Lucía Ramón, «necesitamos articular la justicia y el
cuidado, el sentido de la justicia y el sentido de la gratuidad, en los sujetos
femeninos y masculinos dejando atrás las dicotomías y las jerarquizaciones del
modelo patriarcal de sujeto y “sujeta”. Y esa revolución antropológica requiere
y ha de plasmarse en nuevas estructuras sociales y políticas, porque, como nos ha
enseñado el feminismo en los últimos decenios, lo personal es político. Debemos
caminar hacia un nuevo contrato social capaz de crear la sociedad del cuidado».
Y para ello, «varones y mujeres necesitamos una revolución del sentir en clave
feminista para crecer a imagen y semejanza de Dios en el amor y para hacer este
mundo más habitable».
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