"Ignorar a los pobres es despreciar a Dios" Francisco

sábado, 12 de abril de 2014

CUANDO NOS CONFESAMOS


Cuando nos confesamos recibimos el sacramento del perdón, de la reconciliación, y también se llama de la penitencia. A entender este sacramento nos ayudan las parábolas que cuenta Jesús en Lucas 15, de la oveja perdida, la dracma perdida, y sobre todo la del hijo perdido y el Padre bondadoso. Este sacramento nos plantea la vuelta a la casa del Padre, o, si estamos dentro de su casa, vivir, con más alegría y amor, nuestras relaciones con el Padre, con el Hermano Jesús, y con todos los hermanos, es, algo así como la renovación de nuestro Bautismo.  

Este sacramento ¿Cómo entendemos los cristianos? ¿Qué alcance tiene para nosotros?

Se trata de reconciliarnos con nosotros mismos, aceptarnos como somos, valorar nuestra vida y agradecer a Dios que nos la haya regalado, aceptar el sentido de nuestra vida y la misión que Dios nos ha encargado en este mundo, perdonarnos a nosotros/as mismos, aceptar nuestras limitaciones, debilidades y nuestro pecado. Y todo esto hacerlo con mucha paz, sin agobio y sin complejos de culpa. No podemos experimentar el perdón y el amor de Dios, si nosotros nos aborrecemos a nosotros mismos, si no nos perdonamos a nosotros mismos, si no nos aceptamos como somos.

Se trata de reconciliarnos con los demás, aceptar a los demás como son, valorar la vida de los demás, tengan una ideología u otra, sean buenos o malos, creyentes o no creyentes, amigos o enemigos, interesados o generosos, con muchos defectos y pecados, o muy buenas personas. Así es como los mira y los acepta Dios. Es imposible que experimentemos el amor y el perdón de Dios, si no tenemos la experiencia de amor y perdón a nuestros semejantes. Ya nos enseñó Jesús: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos han ofendido”. Un corazón resentido, rencoroso y amargado, no puede ni recibir, ni experimentar el perdón y el amor de Dios. Reconciliarse con los demás significa comunicarse con ellos, colaborar, quererlos…. Veamos  si algo nos separa de los demás, si algo nos impide la vivencia de la fraternidad con ellos. Posiblemente la humanidad tendrá que reconciliarse con las mujeres por su situación…

Se trata de reconciliarnos con el mundo, aceptar el mundo como es, amar el mundo como es, con un compromiso muy fuerte para que sea como Dios quiere. No hay otro mundo que podamos amar. Y sólo desde el amor podremos cambiar y transformar el mundo. Dios actúa, día y noche, para darle la vida y mantener este mundo en que vivimos, y para que el mundo cambie. No podemos renegar de este mundo, como Dios tampoco reniega de él. No podemos decir: “Este mundo no tiene arreglo”, “está perdido”…. No podemos recibir el perdón y el amor de Dios si pensamos que nosotros somos buenos y el mundo en que vivimos es un asco, una desgracia. Miremos el mundo, la humanidad actual, con la mirada de Dios, y con el amor de Dios que quiere transformarlo y salvarlo, y colaboremos con Dios para su salvación, no nos quedemos tranquilos en nuestra casa.

Se trata de reconciliarnos con la naturaleza, es parte de nuestra vida, es parte de nosotros mismos, es un regalo de Dios, es Dios mismo que se nos regala, a cada momento, a través de ella, como la placenta de la madre que da vida al niño. La naturaleza es el ámbito que Dios ha hecho y está continuamente haciendo, para que sea posible nuestra vida. Hemos de valorar la naturaleza, disfrutarla con agradecimiento y de cuidarla todo lo que podamos. A través de la naturaleza nos encontramos con nosotros mismos y nos encontramos con Dios. Cuando vamos por la vida, hemos de pensar que “el terreno que pisamos es sagrado”. Si no valoramos y cuidamos la naturaleza, no podemos experimentar y disfrutar el perdón y el amor de Dios.

Y, por supuesto, se trata de reconciliarnos con Dios, que es la fuente de la vida, el origen, contenido y culminación de nuestra vida y de todo el universo. Hemos de experimentar que Dios nos ama, nos perdona, nos acepta como somos, que está dispuesto a curarnos de todas nuestras heridas, y quiere renovar y reconstruir nuestra vida. Y no nos perdona por nuestros méritos o porque seamos mejores, o más espabilados que los demás… Nos perdona y renueva nuestra vida, por puro amor suyo, en su Hijo que entregó su vida por todos: Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. 17 Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. Juan 3,16-18.

Pepe Lozano
Consiliario de la HOAC de Orihuela-Alicante 

Confesarse, recibir el sacramento de la reconciliación, supone entrar en un proceso de reconciliación y de renovación de nuestra vida, o más bien concebir nuestra vida como un proceso de reconciliación y de conversión continua, caminando hacia la casa de Padre, porque ya somos hijos suyos por el Bautismo, ya estamos en su casa, pero todavía no disfrutamos en plenitud del gran banquete de felicidad que él prepara para cada uno, y para todos sus hijos. Y ser muy conscientes de que esa reconciliación, no la podemos hacer por nuestras fuerzas, esa reconciliación es fruto del infinito amor de Dios que nos la regala cada día, o cada momento.

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