"Ignorar a los pobres es despreciar a Dios" Francisco

miércoles, 20 de octubre de 2010

Pobreza cero y homicidas del milenio

El pasado mes de septiembre se han reunido los Jefes de Estado y de Gobierno de las Naciones Unidas para evaluar el cumplimiento de los Objetivos del Milenio. Ya han pasado diez de los quince años fijados para alcanzarlos y no podemos decir que los resultados sean positivos. ¿Qué pasa? ¿No es posible erradicar estas lacras de la humanidad?

El premio Nobel alternativo de economía, el economista Max-Neff, empezaba una conferencia en la Universidad Internacional de Andalucía con la siguiente constatación:

En octubre de 2008 se alcanzó por primera vez en la historia de la humanidad la cifra de 1.000 millones de personas que pasan hambre en el mundo. Se necesitarían 30.000 millones de dólares para erradicarla durante un año. En esa fecha, seis Bancos Centrales daban a los bancos 180.000 millones de dólares. Unos meses más tarde, el Senado americano dio otros 700.000 millones, y después otros 850.000 millones más. En septiembre de 2009, el dinero dado a los bancos era ¡17 TRILLONES DE DÓLARES! Con este dinero se podría erradicar el hambre en el mundo durante ¡600 AÑOS!

Mientras que exigimos pobreza cero, la preocupación del capital y de los gobiernos no ha estado en la erradicación de la pobreza, sino en la especulación, unos, y en hacer la vista gorda los otros. En Noviembre de 2008, la Iglesia denunciábamos la situación de los paraísos fiscales y la necesidad de cambiar el sistema financiero internacional.

«La estimación de la cantidad de riqueza detenida en los centros ‘‘offshore’’ son difícilmente evaluables, pero bastante impresionantes si se confirmaran las informaciones en circulación: se dice que una amplia gama de grupos e individuos detentarían aplicaciones financieras en los centros «offshore» que podrían rendir cerca de 860.000 millones de dólares al año, y que corresponderían a una falta de entrada fiscal de casi 255.000 millones de dólares: más de tres veces el monto entero de la ayuda pública al desarrollo por parte de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OSCE)» (Santa Sede, «Repensar el sistema financiero», número 3b).

Después de constatar estos hechos es difícil no enrojecer de vergüenza cuando vemos las piruetas dialécticas que han tenido que hacer para decirnos que el cumplimiento de los objetivos ha sido desigual y que, gracias a las donaciones de gobiernos, filántropos, empresas y ONGs, disponemos de 40.000 millones de dólares para salvar dieciséis millones de vidas en los próximos cinco años mejorando la atención a las embarazadas y a los niños. No se dice que conseguirlo cuesta 169.000 millones y que no se sabe cómo se va a conseguir el dinero que falta. Tampoco se dice que desde que se aprobaron los Objetivos del Milenio han muerto 5,3 millones de mujeres por complicaciones en el parto, muertes que se podrían haber evitado si se hubieran cumplido los objetivos fijados.

Ante esta situación, no podemos menos que llamar a las cosas por su nombre. Los responsables de este desaguisado son, según el catecismo de la Iglesia, culpables de homicidio:

«Los traficantes cuyas prácticas usurarias y mercantiles provocan el hambre y la muerte de sus hermanos los hombres, cometen indirectamente un homicidio. Este les es imputable» (Catecismo, 2269).

Felicitamos a Manos Unidas, organización hermana surgida de la iniciativa y el trabajo de las Mujeres de Acción Católica, por el premio Príncipe de Asturias que le ha sido otorgado en reconocimiento a su trabajo y compromiso con los pobres del mundo. Y animamos al conjunto de la Iglesia para que asumamos, en coherencia con nuestra Doctrina Social, la defensa de la justicia de la que dependen tantas vidas inocentes.

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