Asociación Aletheia
Una de las preguntas fundamentales planteadas en este encuentro que ahora celebramos es la de qué puede aportar la espiritualidad al llamado Movimiento 15M, que ahora se desarrolla. Una pregunta, no obstante, que puede hacerse extensiva al mundo actual en general, en profunda crisis, y cuyos fines son casi siempre sólo inmediatos. Pues bien, a este respecto, hay que tener muy en cuenta que las grandes tradiciones espirituales han sido siempre forjadoras de fines. Se han fijado siempre, por tanto, grandes metas. Uno de los fines establecidos por el cristianismo, por ejemplo, ha sido el establecimiento del Reino de Dios en este mundo, lo cual ha supone una fuerte llamada a la implicación y el compromiso, desde los principios evangélicos, en las realidades inmanentes. Cabe deducir, por lo tanto, que lo que puede y debe aportar la espiritualidad son, sobre todo, nuevos fines; guías claras para nuestra vida. Ahora bien, nos preguntamos: ¿cuáles deben ser estos fines? ¿En qué deben consistir principalmente? A nuestro parecer, estos fines y guías, en el contexto del mundo actual, deben ser, exclusivamente, aquellos que nos humanizan.
De lo anterior se deduce, por tanto, que todas las propuestas (tanto las puramente “espirituales” como las que parten desde otros ámbitos) que no conduzcan a dicha humanización carecen de valor en relación al Movimiento ciudadano que ahora nos ocupa. Pero, ante esto, debemos preguntarnos: ¿Qué es lo humano? ¿Es humano un sistema que, con el fin del lucro de unos pocos, condena a la inmensa mayoría a trabajos que alienan y embrutecen, impidiéndoles su propia realización como seres singulares? ¿Es humano si, aun existiendo sobradamente recursos disponibles para todos, vampiriza sistemáticamente tanto la naturaleza como el trabajo, y, en relación a este último, tanto el necesario para la subsistencia como el vocacional o libre, que recae generalmente en unos pocos por azar? Nuestra respuesta es que no, que no lo es. Por el contrario, cabe decir, como contraste, que todo poder original, o sea, verdaderamente revolucionario, ha sido siempre el que ha pugnado por sacar a la masa del anonimato, luchando por devolver a todo ser humano la dignidad que le corresponde.
Por tanto, la misión de lo espiritual es, a nuestro modo de ver, llevar a cabo una labor activa de humanización, trascendiendo de esta forma vías exclusivamente personales o subjetivas. Es esta la manera, según creemos, como lo espiritual debe implicarse en el mundo o entrar en la esfera de lo inmanente. Lo espiritual, pues, consistiría en la búsqueda de los poderes humanos auténticos. En consonancia con lo anterior, sería labor de lo espiritual, pues, el planteamiento del problema del fundamento de la legitimidad de todo poder. Si consideramos que existe una actitud espiritual allí donde un ser humano afirma a otro como un fin en sí mismo, y que falta absolutamente donde se le utiliza como un medio, cabe entonces plantear si no son formas ilegítimas de poder todas aquellas que nos utilizan, que nos emplean, de una u otra manera, como medios (somos puramente mano de obra intercambiable o consumidores desde el punto de vista de la producción y electores manipulables desde el político, por no citar otras formas de manejo humano aún más burdas o brutales, también a la orden del día). De esta forma, lo que puede la espiritualidad aportar a este movimiento es, a nuestro parecer, una nueva Palabra que, a la vez que sea conciliadora, cuestione toda forma ilegítima de poder, ya que el verdadero espíritu es aquel que busca un nuevo poder original para el cual todos sus fines son relativos al fin último siempre presente: el presenciarnos como fines originales o fines en sí mismos. Se trata de superar, de esta manera, las formas actuales de poder -opacas por estar mediadas por el control de los medios, siempre concentrados en unas pocas manos-, para pasar a un poder transparente, llamado así por estar centrado en el poder de los seres humanos en tanto que seres conscientes, para los cuales los medios sólo sirven.
Se deduce de todo lo anterior, a nuestro modo de ver, una nueva exigencia en el actual proceso reivindicativo que estamos viviendo, planteada desde la propia conciencia espiritual: la necesidad de aspirar , sobre todo, a una vida plena y digna -que es a la que todo ser humano tiene completo derecho. En otras palabras: lo elemental nos pertenece y no debe mendigarse, y mucho menos legitimar a los actuales poderes pidiéndoles que nos concedan lo que ya por derecho es nuestro. Se trata de erradicar el absurdo de que, para adquirir lo más necesario, se tiene que producir lo superfluo. Nuestro nivel reivindicativo debe hallarse, pues, en consonancia con una nueva conciencia superior de la dignidad humana.
Hacemos aquí algunas propuestas de reivindicaciones que son, a nuestro parecer, esenciales en cuanto se encuentran en consonancia con nuestra naturaleza de seres llamados a gozar de una libertad plena:
-El ser humano y la naturaleza deben erigirse en patrones fundamentales de una nueva economía. Quiere esto decir que toda producción de bienes materiales, así como las formas de distribución y cambio inherentes a la misma, deben ser sólo relativas a la afirmación de la singularidad humana (corporal, psicológica y espiritual) y natural, considerada la primera tanto al nivel del individuo como al nivel del Nosotros.
-Puesto que todo el proceso de la vida social se sustenta con la energía humana (fuerza de trabajo) consumida en el trabajo humano necesario para el mantenimiento de dicha vida social y con la energía tomada de la naturaleza, el objetivo ha de ser el de restituir a ambos sistemas a sus condiciones óptimas iniciales. No se puede gastar más energía que aquella que permite la regeneración óptima del sistema.
-La restitución de la fuerza de trabajo en su estado óptimo (que debe cuantificarse objetivamente y ser universal, se trabaje o no), debe constituir, asimismo, el límite a la hora de recibir o tomar de los recursos sociales. Y ya que la vida digna consiste en tomar lo justo para poder dar lo mejor de sí mismo -porque la dignidad reside no en recibir, sino en poder dar- lo anterior excluye de antemano cualquier acumulación, en beneficio privado, de medios o recursos sociales por encima de dicho límite, porque esto siempre implica la utilización de otro como medio. La persona humana es -y, por tanto, así debe considerarse a todos los efectos- un fin en sí misma, de lo que se deduce que los medios de producción no pueden ser monopolio privado. Los medios de producción deben estar a disposición de todos, no sólo para cubrir carencias físicas, sino para el desarrollo de las personalidades humanas.
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