
Benedicto XVI
escribe: "La familia, nacida del pacto de amor y de la entrega total y
sincera de un hombre y una mujer en el matrimonio, no es una realidad privada,
encerrada en sí misma. Ella por vocación propia presta un servicio maravilloso
y decisivo al bien común de la sociedad y a la misión de la Iglesia. En efecto,
la sociedad no es una mera suma de individuos, sino el resultado de relaciones
entre las personas, hombre-mujer, padres-hijos, entre hermanos, que tienen su
base en la vida familiar y en los vínculos de afecto que de ella se derivan.
Cada familia entrega a la sociedad, a través de sus hijos, la riqueza humana
que ha vivido. Con razón se puede afirmar que de la salud y calidad de la
relaciones familiares depende la salud y calidad de las mismas relaciones
sociales".
"El trabajo y
la fiesta atañen particularmente y están hondamente vinculados a la vida de las
familias: condicionan sus elecciones, influyen en las relaciones entre los
cónyuges y entre los padres e hijos, e inciden en los vínculos de la familia
con la sociedad y con la Iglesia".
"A través del trabajo, el hombre se
experimenta a sí mismo como sujeto, partícipe del proyecto creador de Dios. De
ahí que la falta de trabajo y la precariedad del mismo atenten contra la
dignidad del hombre, creando no sólo situaciones de injusticia y de pobreza,
que frecuentemente degeneran en desesperación, criminalidad y violencia, sino
también crisis de identidad en las personas. Es urgente, pues, que surjan por
doquier medidas eficaces, planteamientos serios y atinados, así como una
voluntad inquebrantable y franca que lleve a encontrar caminos para que todos
tengan acceso a un trabajo digno, estable y bien remunerado, mediante el cual
se santifiquen y participen activamente en el desarrollo de la sociedad,
conjugando una labor intensa y responsable con tiempos adecuados para una rica,
fructífera y armoniosa vida familiar".
"Un ambiente
hogareño sereno y constructivo, con sus obligaciones domésticas y con sus
afectos, es la primera escuela del trabajo y el espacio más indicado para que
la persona descubra sus potencialidades, acreciente sus ansias de superación y
dé curso a sus más nobles aspiraciones. Además, la vida familiar enseña a
vencer el egoísmo, a nutrir la solidaridad, a no desdeñar el sacrificio por la
felicidad del otro, a valorar lo bueno y recto, y a aplicarse con convicción y
generosidad en aras del bienestar común y el bien recíproco, siendo
responsables de cara a sí mismos, a los demás y al medio ambiente".
"La fiesta,
por su parte, humaniza el tiempo abriéndolo al encuentro con Dios, con los
demás y con la naturaleza. De ahí que las familias necesiten recuperar el
genuino sentido de la fiesta, especialmente del domingo, día del Señor y del
hombre. En la celebración eucarística dominical, la familia experimenta aquí y
ahora la presencia real del Señor Resucitado, recibe la vida nueva, acoge el
don del Espíritu, incrementa su amor a la Iglesia, escucha la divina Palabra,
comparte el Pan eucarístico y se abre al amor fraterno".
CIUDAD DEL
VATICANO, 10 NOV 2011 (VIS)
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