Domingo 33 de tiempo ordinario
- 13 noviembre 2011 -
Hoy se habla mucho del crecimiento económico y de la productividad, y
que la productividad ha de ser competitiva. Lo que se busca, en todas partes es
producir mucho y a bajo precio. Oímos continuamente que muchas fábricas se cierran
porque no son competitivas. Se habla de algunos países que están avanzando
económicamente porque producen
mucho y barato. Y con los trabajadores
pasa lo mismo. Si un trabajador no produce mucho y de calidad, se le echa a la
calle.
Y ¿cuál es la producción que se busca? Naturalmente la producción de
bienes materiales, la producción que dé mucho dinero. Y cuando se gasta dinero
en hacer que avance la ciencia o la cultura, casi siempre hay detrás un motivo
o una finalidad económica. Hasta la política se pone al servicio de la
economía, no la economía al servicio de una buena administración que procure el
bien de todos.
Y como se produce tanto, hace falta que se compre lo que se produce, porque la cosa está montada
de tal manera, que si no se compra, las fábricas tienen que cerrar. Se podría pensar en compartir la
producción con los países que se están muriendo de hambre. Pero no se produce
para ayudar a los necesitados y sacar a otras naciones del subdesarrollo, sino
para ganar dinero. En general así está
nuestro mundo: Producir para vender y ganar lo más posible, y de paso abastecer
las necesidades, no de toda la humanidad, sino de una parte pequeña de la
población de nuestro mundo.
Hoy Jesús, en Mateo 25,14-30, nos habla de la productividad. Un hombre
con una gran fortuna, distribuye sus bienes entre los empleados y se marcha de
viaje. Después de un tiempo vuelve, y sus empleados les rinden cuentas. Dos de
ellos trabajaron e hicieron producir, los bienes que habían recibido de su amo.
El tercero recibió el dinero, pero no hizo nada con él. Esto le supo mal al amo
que esperaba un trabajo y un rendimiento por parte suya.
Conociendo a Jesús, y viendo lo que dice en otros lugares del
evangelio, nos preguntamos ¿de qué bienes nos habla en la historia del amo que
entrega sus bienes a los empleados? ¿A qué productividad se refiere? Está claro
que los bienes a los que se refiere Jesús no son el dinero y todo lo
relacionado con la producción económica. Y la producción de la que nos habla no
es la que estamos viendo todos los días en nuestro mundo. Tampoco Jesús tiene
nada en contra de la producción material siempre que esté puesta al
servicio de las personas que son lo más
importante en el mundo.
Dios nos ha dado la vida, la inteligencia, los bienes que necesitamos
para vivir. Nos ha dado la fe, el poder conocerle a él, y poder trabajar en
hacer el mundo que él quiere. También, en la Iglesia, nos ha dejado su Palabra,
la Eucaristía y los demás sacramentos, medios valiosos para ayudarnos en
nuestro caminar por la vida (si los miramos y los celebramos con fe).
Muchas personas han podido estudiar y adquirir una preparación
profesional. Otras cuentas con muchos medios económicos, y a otras la vida, las
ha situado en puestos de poder.
Al poner todas estas cosas en nuestras manos, se ve que Dios confía
totalmente en nosotros, porque nos deja una gran libertad. Todo eso nos lo ha
entregado para que lo desarrollemos, para que lo hagamos producir, por
supuesto, no sólo en beneficio propio, sino, sobre todo, en beneficio de los
demás.
Hoy precisamente es el día de la Iglesia Diocesana. La Iglesia a la que
pertenecemos nos ofrece muchas cosas: la Palabra de Dios, la Eucaristía y los
demás sacramentos, las orientaciones que necesitamos para que para conducirnos
en nuestra vida personal, familiar y social y el apoyo de una comunidad cercana
en la que encontramos un ambiente familiar que nos acompaña y nos mantiene. La
Iglesia con todos los medios que ella ofrece también es un don de Dios.
No hace falta que venga Dios a pedirnos cuentas. Somos nosotros los que
tenemos que preguntarnos qué estamos haciendo con todos los dones que Dios y la
Iglesia ha puesto en nuestras manos. Veamos cómo los estamos desarrollando,
cómo los estamos haciendo producir en bien de los demás.
Hoy se habla de la contribución económica al Iglesia, por parte de sus miembros, sea en
la declaración de la renta, sea en las colectas ordinarias, y de un modo
extraordinario hoy, día de la Iglesia Diocesana. Ya sabéis que las cosas se van
encaminando a que la Iglesia se mantenga con sus propios medios, de manera que
no dependa de nadie sino del apoyo de los propios fieles. Pero la ayuda
económica, aunque es importante y necesaria, no es lo fundamental, en la vida
de la Iglesia. La Iglesia necesita nuestro compromiso en el mundo, nuestro
testimonio, nuestro ejemplo de cristianos en medio de la sociedad. La Iglesia
necesita personas que desarrollen todas sus capacidades y valores en beneficio
de la sociedad y de forma desinteresada. Y también la Iglesia necesita catequistas,
personas que se ocupen de los enfermos, que lleven a cabo programas de
promoción de las cárceles, voluntarios en Cáritas, y buenos/as animadores de la
liturgia. Y también laicos y otras personas que consagren su vida a la
evangelización aquí en nuestro país y en otros países donde todavía no se
conoce a Jesucristo, para entablar diálogo con otras religiones. Jesús quiere
que trabajemos en el mantenimiento del mundo en todos los sentidos, también en
lo material, pero sobre todo nos orienta a una productividad encaminada a crear
un mundo distinto, en el que la persona y su dignidad esté en el lugar más
alto.
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