"Ignorar a los pobres es despreciar a Dios" Francisco

miércoles, 9 de noviembre de 2011

CONFIAMOS EN DIOS, MIENTRAS TRABAJAMOS POR EL REINO

Pepe Lozano, consiliario diocesano de la HOAC
Domingo 33 de tiempo ordinario
- 13 noviembre 2011 -

Hoy se habla mucho del crecimiento económico y de la productividad, y que la productividad ha de ser competitiva. Lo que se busca, en todas partes es producir mucho y a bajo precio. Oímos continuamente que muchas fábricas se cierran porque no son competitivas. Se habla de algunos países que están avanzando económicamente  porque producen mucho  y barato. Y con los trabajadores pasa lo mismo. Si un trabajador no produce mucho y de calidad, se le echa a la calle.

Y ¿cuál es la producción que se busca? Naturalmente la producción de bienes materiales, la producción que dé mucho dinero. Y cuando se gasta dinero en hacer que avance la ciencia o la cultura, casi siempre hay detrás un motivo o una finalidad económica. Hasta la política se pone al servicio de la economía, no la economía al servicio de una buena administración que procure el bien de todos.

Y como se produce tanto, hace falta que se compre  lo que se produce, porque la cosa está montada de tal manera, que si no se compra, las fábricas tienen que  cerrar. Se podría pensar en compartir la producción con los países que se están muriendo de hambre. Pero no se produce para ayudar a los necesitados y sacar a otras naciones del subdesarrollo, sino para ganar dinero.  En general así está nuestro mundo: Producir para vender y ganar lo más posible, y de paso abastecer las necesidades, no de toda la humanidad, sino de una parte pequeña de la población de nuestro mundo.

Hoy Jesús, en Mateo 25,14-30, nos habla de la productividad. Un hombre con una gran fortuna, distribuye sus bienes entre los empleados y se marcha de viaje. Después de un tiempo vuelve, y sus empleados les rinden cuentas. Dos de ellos trabajaron e hicieron producir, los bienes que habían recibido de su amo. El tercero recibió el dinero, pero no hizo nada con él. Esto le supo mal al amo que esperaba un trabajo y un rendimiento por parte suya.

Conociendo a Jesús, y viendo lo que dice en otros lugares del evangelio, nos preguntamos ¿de qué bienes nos habla en la historia del amo que entrega sus bienes a los empleados? ¿A qué productividad se refiere? Está claro que los bienes a los que se refiere Jesús no son el dinero y todo lo relacionado con la producción económica. Y la producción de la que nos habla no es la que estamos viendo todos los días en nuestro mundo. Tampoco Jesús tiene nada en contra de la producción material siempre que esté puesta al servicio  de las personas que son lo más importante en el mundo.

Dios nos ha dado la vida, la inteligencia, los bienes que necesitamos para vivir. Nos ha dado la fe, el poder conocerle a él, y poder trabajar en hacer el mundo que él quiere. También, en la Iglesia, nos ha dejado su Palabra, la Eucaristía y los demás sacramentos, medios valiosos para ayudarnos en nuestro caminar por la vida (si los miramos y los celebramos con fe).

Muchas personas han podido estudiar y adquirir una preparación profesional. Otras cuentas con muchos medios económicos, y a otras la vida, las ha situado en puestos de poder.

Al poner todas estas cosas en nuestras manos, se ve que Dios confía totalmente en nosotros, porque nos deja una gran libertad. Todo eso nos lo ha entregado para que lo desarrollemos, para que lo hagamos producir, por supuesto, no sólo en beneficio propio, sino, sobre todo, en beneficio de los demás.

Hoy precisamente es el día de la Iglesia Diocesana. La Iglesia a la que pertenecemos nos ofrece muchas cosas: la Palabra de Dios, la Eucaristía y los demás sacramentos, las orientaciones que necesitamos para que para conducirnos en nuestra vida personal, familiar y social y el apoyo de una comunidad cercana en la que encontramos un ambiente familiar que nos acompaña y nos mantiene. La Iglesia con todos los medios que ella ofrece también es un don de Dios.

No hace falta que venga Dios a pedirnos cuentas. Somos nosotros los que tenemos que preguntarnos qué estamos haciendo con todos los dones que Dios y la Iglesia ha puesto en nuestras manos. Veamos cómo los estamos desarrollando, cómo los estamos haciendo producir en bien de los demás.

Hoy se habla de la contribución económica  al Iglesia, por parte de sus miembros, sea en la declaración de la renta, sea en las colectas ordinarias, y de un modo extraordinario hoy, día de la Iglesia Diocesana. Ya sabéis que las cosas se van encaminando a que la Iglesia se mantenga con sus propios medios, de manera que no dependa de nadie sino del apoyo de los propios fieles. Pero la ayuda económica, aunque es importante y necesaria, no es lo fundamental, en la vida de la Iglesia. La Iglesia necesita nuestro compromiso en el mundo, nuestro testimonio, nuestro ejemplo de cristianos en medio de la sociedad. La Iglesia necesita personas que desarrollen todas sus capacidades y valores en beneficio de la sociedad y de forma desinteresada. Y también la Iglesia necesita catequistas, personas que se ocupen de los enfermos, que lleven a cabo programas de promoción de las cárceles, voluntarios en Cáritas, y buenos/as animadores de la liturgia. Y también laicos y otras personas que consagren su vida a la evangelización aquí en nuestro país y en otros países donde todavía no se conoce a Jesucristo, para entablar diálogo con otras religiones. Jesús quiere que trabajemos en el mantenimiento del mundo en todos los sentidos, también en lo material, pero sobre todo nos orienta a una productividad encaminada a crear un mundo distinto, en el que la persona y su dignidad esté en el lugar más alto.

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