Hoy nos dice Jesús el Evangelio que no ha venido a traer
la paz sino la división. Y a continuación afirma que su venida va a traer
muchos conflictos en el mundo. Jesús quiere la unión de todos y el amor entre
todos, pero, por lo que se ve, la unión que quiere Jesús es distinta al
conformismo, a la uniformidad, a la pasividad, de decir a todo amén, o que cada
uno/a tenga que renunciar a la parte de verdad que tiene, o a que nos tengamos
que tragar “carros y carretas”. Jesús quiere unidad, pero no uniformidad,
quiere amor, pero no un amor que se calle las verdades y que sea cómplice de la
injusticia. Por lo que vemos en la vida y en el comportamiento de Jesús, él siempre
une el amor y la verdad, y declara bienaventurados a los perseguidos por causa
de la justicia. Lo que dice y hace Jesús lo vemos muy claro en la vida
corriente de cada día. Un padre no puede querer de verdad a un hijo si no le
dice las verdades, si se lo consiente todo, aunque el hijo se moleste. Un
hermano, no es buen hermano si no le habla claro a esa persona que lleva su
misma sangre, aunque tenga que pasar un mal rato, o aunque después le haga “el
serio”. Un amigo no es un buen amigo, se no le dice todo lo que ve y lo que
piensa a su compañero. Y no se trata sólo de decir, sino también de actuar, de
tomar postura, de no apoyar lo que vemos que el otro/a, o los otros están
haciendo y vemos mal.
Y esto lo hemos de hacer en nuestra sociedad y dentro de
la Iglesia. Si queremos a nuestra sociedad y si nos sentimos Iglesia, hemos de
decir, con humildad y sencillez, lo que vemos mal y lo que, a nuestro parecer,
no está de acuerdo al Evangelio, y tomar posturas contrarias a lo que vemos que
está en contra de lo que Dios quiere.
Por supuesto, cuando manifestamos lo que penamos, tenemos
que estar dispuestos a escuchar los puntos de vista de aquellas personas a las
que damos nuestra opinión. Nosotros no tenemos toda la verdad, es posible que
no tengamos razón en todo, o que no conozcamos a fondo el asunto o el tema,
sobre el que hemos dado nuestra opinión. También nosotros necesitamos que nos
corrijan. Todos, más tarde o más pronto cometemos errores. Pero, según Jesús,
el amor que él quiere y el que él vive, es un amor que dice la verdad, que no
se calla, que corrige, toma postura, da la cara, y que no tiene miedo a “perder
las amistades”, o a no “hacer carrera”. Así le pasó al profeta Jeremías, como
vemos en la primera lectura de hoy.
Consiliario Diocesano
HOAC Orihuela-Alicante
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