Probablemente, sin el mensaje y
vida de Jesús, la idea que tendríamos de Dios sería la de un ser del que, en el
mejor de los casos, habríamos de estar pendientes para ofrecerle un culto
agradable cumpliendo sus mandamientos. En el peor de los casos, tendríamos de
Él una idea desfigurada por los miedos, ambiciones y fantasmas que de ordinario proyectan las diversas
religiones sobre la divinidad. En definitiva tendríamos el concepto de un Dios
lejano e indiferente.
Sin embargo, Jesús nunca habla de
un Dios indiferente o lejano, olvidado de sus criaturas o interesado por su
honor, su gloria o sus derechos. Jesús ha sido el único que ha vivido y
comunicado una experiencia sana de Dios, al que identifica como un ser compasivo.
Es cierto que en el Antiguo
Testamento ya se apuntaba el auténtico ser de Dios, presentándolo como alguien
que padece por sus hijos. “Misericordia quiero y no sacrificios” proclamaba
el profeta Oseas[1], frase que el evangelista
Mateo también pone en labios de Jesús[2], y en
el salmo leemos que “el Señor es
compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia”[3].
Pero la dureza de corazón de los
hombres y mujeres que aparecen a lo largo del Antiguo Testamento no les
permitió entender en toda su profundidad lo que se escondía tras estas dos
citas anteriores y otras muchas que podemos encontrar en el texto sagrado.
De ahí que las palabras de Jesús,
para quien la compasión, el padecer con el que padece, es el modo de ser de Dios, levantaran
tantas expectativas entre los pobres y desheredados que le escuchaban. Nadie
antes había hablado así de Dios. Cuando de Dios se hablaba como un ser
omnipotente, justiciero, celoso de su poder, Jesús nos dice que la compasión es
el modo de ser de Dios, su manera de ver
la vida y de mirar a las personas, lo que mueve y dirige todo su actuar. Dios
siente hacia sus criaturas lo que una madre siente hacia el hijo que lleva en
su vientre.
Por eso, para manifestar cómo es
Dios, Jesús recurre a las parábolas de
la misericordia, las más bellas que pronunció. Y entre ellas, para conocer
mejor el ser de Dios, ninguna como la mal llamada parábola
del Hijo pródigo, porque en realidad lo que Jesús quiere recalcar
es que Dios es un Padre misericordioso: un
Padre conmovido hasta sus entrañas
acogiendo a su hijo perdido, que además invita a los hermanos a alegrase
con Él y acoger también al hermano perdido con el mismo cariño con que Él lo ha
acogido.
Y por eso Jesús, desde su
experiencia de cómo es Dios, nos invita a ser compasivos como el Padre[4] e insiste tanto en el perdón, hasta el punto
de que, siendo el siete el número perfecto, dirá a sus discípulos que no hay
que perdonar siete veces, sino hasta setenta
veces siete[5],
llegando a pedir el amor a los
enemigos y la oración por los que nos persiguen[6], y
condicionando en la oración por antonomasia que Él nos enseñó nuestro perdón al
perdón que nosotros otorguemos a los que nos ofenden[7].
Quizás para alguien no creyente
todo esto pueda parecer una bonita doctrina difícil, por no decir imposible, de
cumplir. Pero Jesús llevó estas enseñanzas hasta el extremo y la muestra la
tenemos cuando en la Cruz su primera
frase es para implorar al Padre el perdón de sus verdugos. Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen[8]. ¡Hasta en ese
momento!
Posiblemente
alguien, ante la insistencia de Jesús en el perdón, pueda extraer la errónea
conclusión de que estuviera obsesionado
con el pecado. Todo lo contrario. A Jesús no le preocupa tanto el pecado como
el sufrimiento que las consecuencias del pecado pueden acarrear a la gente. A
Jesús le preocupa el sufrimiento de la gente, que la gente viva humillada.
Jesús sabe que la fe de Israel siempre
ha cantado que “el Señor endereza a los
que se doblan”. El Dios de la vida no quiere a sus criaturas arrodilladas y
dobladas; la Pascua se celebra de pie, de pie se está en camino de libertad; de
rodillas se está paralizado y es imposible caminar, por eso a todos los
postrados Jesús los cura con la orden de
levantarse; allá donde Jesús se encuentra con abatidos, paralíticos,
atrofiados, Jesús siempre ordena: ¡levántate!”[9].
Y
además nos marca un camino a los discípulos, a la Iglesia. Es el camino de
ayudar a reintegrarse en la sociedad, no sólo de levantar, al que está caído y humillado. Lo podemos
entender analizando un pasaje, en el que Jesús aparece curando a unos leprosos,
y sería bueno recordar que los leprosos eran los más pobres y excluidos de
aquella sociedad: “Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron hacia él
diez leprosos que se pararon a lo lejos y le dijeron a gritos: Jesús, Maestro,
ten compasión de nosotros! Al verlos les dijo: ¡Id a
presentaros a los sacerdotes![10]
La
presentación ante los sacerdotes era preceptiva para que ellos certificaran la
curación y el derecho a reintegrarse en la sociedad. ¡Esa es nuestra
misión! La opción por los pobres
también implica acompañarles en su camino hacia la recuperación de la dignidad
que les corresponde por ser hijos de Dios y que la sociedad, las estructuras de
pecado, le han robado. Acompañarles en su grito reclamando la justicia que se
les debe es misión de todo cristiano.
Y es, sobre todo, misión de
Caritas. En Caritas, sin acepción de personas, se acoge a todos, sin echarles
en cara sus errores que posiblemente puedan tener. Considerando
que la
razón última de la existencia de Caritas es ser expresión del amor preferencial
de Dios por los pobres”[11], queremos
como dice el papa Francisco “ser instrumentos de Dios para la liberación
y promoción de los pobres, de manera que puedan integrase plenamente en la
sociedad”[12],
con especial atención a nuevas formas de pobreza que el mismo papa nos señala:
“los
sin techo, los toxicodependientes, los refugiados……”[13]
Conscientes de que si la
dimensión social de la evangelización no está debidamente explicitada “siempre
se corre el riesgo de desfigurar el sentido auténtico e integral que tiene la
misión evangelizadora”[14], en Caritas
queremos comprometernos no sólo en acompañar a los más pobres, sino luchar por
su inclusión social, y todo ello en nombre de la comunidad eclesial
y de su misión evangelizadora.
Pepe Carmona, militante de la HOAC de Guardamar
[1] Os, 6,6
[2] Mt 9,13
[3] Salmo 102, 8-9
[4] Lc, 6,30
[5] Mt, 18, 22
[6] Mt 5,44
[7] Mt 6,12
[8] Lc 23,34
[9] Catalá Toni. Jesús
y los pobres. La buena noticia de Jesús
[10] Lcs 17,1-20
[11] Reflexión sobre la
Identidad de Caritas, pag 16
[12] Evangelii gaudium 187
[13] Evangelii gaudium 210
[14] Evangelii gaudium 176
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